Seguía dando vueltas en la cama, no conseguía conciliar el sueño, pensando, otra vez, en los fatídicos hechos que habían ocurrido hace tan poco tiempo. No se podía reprochar el no haberlo superado, ni siquiera ahora le parecía posible que algo como aquello pudiera acabar así. No veía en qué podía ayudarle recordarse toda esa historia, pero contra su voluntad, mientras luchaba por dormir, las imágenes se abrían paso entre la cansada cortina de su mente.
“Había llegado donde él hace cerca de un año y medio. A decir verdad, pal principio a él no le llamaba mucho la atención. O al menos, así fue durante un tiempo, pues pronto se hizo un lugar entre todos sus compañeros. Claro que entonces sólo pensaba en ella como una compañera más, con algo especial, pero compañera normal al fin y al cabo. Tenía la impresión de que quería que ambos fueran grandes amigos, acercarse a ella y ella a él, pero como amigos. Cuán distinto había sido el resultado, el acabó enamorándose de tal forma que pensó que su interior no podría soportarlo y reventaría. Y ella…
No se permitió pensar el final de la frase. Sin embargo, el sueño reparador que él anhelaba no llegaba, y de todos modos su recuerdo seguía negándole todo respiro: De piel algo morena, con esos ojos ámbar que lo habían tenido atrapado todo este tiempo como si fuera un insecto, esa cara de ángel, que siempre había pensado que eran magia del maquillaje, el pelo largo y aparentemente desordenado, que le había visto llevar tanto rubio como negro, ese carácter suyo, tan alegre y desenfadado, pero tan impetuoso a la vez… toda la belleza de aquella persona, que en este momento sólo le servía de epitafio burlón al venenoso trago que su amor le había otorgado. Ahora volvía a recordar toda la historia, en fin, no se sentía capaz de ahorrárselo, así que se dejó ir…
“No tenía dudas. Tenía la certeza de que se había pasado la noche entera soñando con ella, de un modo u otro, pero sin duda empezaba a darse cuenta de que se le empezaba a ir la cabeza cuando pensaba en esa luz. Esta vez no quería andarse con rodeos y decidió intentar quedar con ella a hacer algo, algo que le permitiera acercarse más, algo con lo que tuviera verdaderas bazas para ganarse sus sentimientos, aunque sea poco a poco, y poder consumar todos los anhelos que se habían agitado en su interior, enterrarse en su aroma, beber de sus ardientes miradas, vivir ese amor como nunca vivió ni pudo vivir otro.
Ese mismo día, la encontró sola, por lo que se decidió a intentar mantener esa conversación que había estado planeando desde el comienzo del día. Se dio cuenta entonces, de que no le iba a resultar tan fácil. Sentía como si sus neuronas se petrificasen, las palabras huían de su boca y una insoportable sensación de ridículo se apoderaba de él. Quería huir, perderse de vista hasta poder intentarlo de nuevo, pero no le respondía el cuerpo, seguía allí, tragándose la frustración que le causaba sentirse fracasado en algo como esto, y tratando de darle coherencia a un demente intento de charla condenado al fracaso. Cuando por fin acabó aquello, no sólo se quedó con la impresión de que iba a estallar de un momento a otro, se sintió estúpido, impotente, ¿cómo no iba a poder tener una conversación con ella? ¿A qué esa ridícula indecisión? La pregunta lo torturó durante horas
No fue la última vez que le pasó. La escena se repitió durante días, quizá semanas. Él maldecía su estampa, su cobardía, incapacidad de ir directo al grano, de arriesgar, de ir en pos de su sueño, perdiendo por ello, a su parecer, toda opción ante ella. Y sin embargo, nunca conseguía reunir el aplomo suficiente para repetir más aquello, ni siquiera le parecía prudente ahora. No en un rato, hasta que se le enfriasen un poco los ánimos después de tantos fracasos vergonzosos.
Pasaron semanas. Su figura entraba de día y de noche en su mente y sus sueños, como si alardeará de su conquista, él lo había asumido, fue él el que se entregó, quizás hubiera podido intentar resistirse, llevar una vida completamente normal, aguardar y evitar perderse en ese mundo de ensueño. Pero quizá entonces ya sabía entonces que hubiera sido en vano. En su mente y sus sentimientos siempre habría un hogar para la sombra de aquella pasión andante, para esa fantasía corpórea que le hacía sentirse entero y vivo, aunque lo arrastrara inexorablemente al delirio. Lentamente, el embriagador fuego que se había encendido en lo más hondo de su ser le cauterizaba las entrañas y abrasaba hasta sus pensamientos, empujándolo a abandonar progresivamente sus reservas y recelos. Así, un buen día de primavera, decidió hacer el intento de nuevo. Volvió a perder los estribos, se sentía mareado y confuso, pero esta vez, se sentía dichoso, porque entre el torbellino en que se convirtió aquella conversación en su memoria, recordó haberla pedido quedar por ahí un día de estos, y mejor aún, recordó haberla oído aceptar, aunque la euforia que estuvo a punto de llevársele por delante no le impidió percibir lo que parecía un toque de suspicacia, y por primera vez desde que la vio, inseguridad y casi hasta miedo. No sabía cómo debía interpretar esa reacción, pero tampoco le prestó atención por mucho tiempo, el día era ahora suyo, había conseguido por fin empezar con ella, y eso era lo que importaba…
La semana pasó en segundos confusos, y estaba esperándola a la puerta del Jardín Botánico. Ella aún no había llegado, así que él decidió esperar. Podía oír sus latidos, desbocados y al acecho a la vez. ¿Qué le diría cuando se encontrasen? Debería andarse con mucho cuidado, es muy importante causar buena impresión. Miraba al cielo y le parecía que hasta el sol miraba curioso la escena. Pasaba el tiempo. Miraba nervioso de un lado a otro, se revolvía en el banco en que se había sentado, se levantaba y paseaba frenético de un lado a otro, para luego volverse a sentar. Se le estaba acabando la paciencia, ¡y aún no venía! Ya eran 15 minutos de retraso, y la cosa no parecía mejorar. Miraba constantemente el reloj y su estrés daba paso al miedo y la ira, ¡media hora ya! ¿Qué pasa con ella? Su frustración hizo mella en él, golpeaba los objetos cercanos, refunfuñaba, gruñía como un perro de caza al que hubiese golpeado un desconocido, y entonces le llegó un mensaje desde el móvil. Era de una amiga suya, y de ella. Lo cogió, tratando de sonar normal, pues creía que ella no sabía dónde estaba ni cómo estaba. Lo sabía, todo. Le llamó para decirle que dejase de esperar, que ella no vendría, porque le habían surgido incidentes, dijo. Él, en el fondo sabía que no era así. Que ella sabía lo que sentía hacia ella y no se le debió ocurrir mejor método de rechazarlo que éste. Se hundió. Todas las esperanzas, las alegrías que había puesto en este momento, se desvanecieron, reducidas a polvo y arrastradas por el fango. El sol empezaba a retirarse, sonriendo burlón ante la desolación de aquella persona. Entonces, él empezó el camino de vuelta a casa. Sólo tenía ganas ahora de llegar, desplomarse en la cama, ahogar sus lágrimas en la almohada y el sueño, y dormir como hacen los muertos, aunque sólo sea por un rato. Pero sabía que no tendría tampoco ese placer. Tendría que seguir despierto, fingir estados de ánimo que le habían vetado, y peor aún, aguantar los interrogatorios de aquellos que sí sabían lo suyo pero desconocían el final; aguantar el tener que relatarles el tormento, así como las lamentables frases, que aunque digan con la intención de consolarlo, sólo lo irritarán y le mustiarán las entrañas.”
Seguía pensando en todo aquello, en la cama, despierto, sin ganas de dormir pero tampoco de seguir despierto. La historia siguió por unos derroteros probablemente más patéticos aún. Aún tenía el posible consuelo de que podrían ser buenos compañeros, amigos quizá. Ella lo rehuía, se notaba que la incomodaba, y parecía buscar siempre el modo de desembarazarse de su presencia. Él casi nunca pareció darse cuenta de lo que estaba pasando, pues seguía intentándolo. Al fin y al cabo, él sabía que no podía prescindir de ella, significaba demasiado para él como para hacerlo. Sin embargo, visto ahora que estaba más calmado, debió dejarla ir libre de su sombra por un tiempo, que se notara que las cosas habían cambiado, medir con cuidado sus acciones en la medida de lo posible; quizás así se hubieran ahorrado ambos muchos disgustos. Pero no podía reprochárselo de verdad, la ilusión de sentirse cerca suya era una de las pocas cosas que le habían permitido recuperar su deshilachada moral. Quizá por eso se sintió morir del todo cuando finalmente ella decidió que ya estaba harta de tanta molestia. Nunca antes la había visto enfadada, y aunque tampoco era verdadera rabia lo que allí veía, él se caía a pedazos bajo su peso. No sabía decir cómo es que no se había muerto allí mismo, ante sus ojos.
Nunca el rechazo había sido tan amargo, ni tantas cosas con tanto significado para él habían sido derribadas quizá para no levantarse nunca jamás. Estaba deshecho en tiras de despojos que no tenían ni fuerza para sostenerlo, sus entrañas presa de un hierro al rojo que le helaba el interior, y el estómago entonando una letanía fúnebre que estaba tentado de ahogar en lo que fuera que pudiera tragarse, o que le permitiera por un momento estar fuera del mundo que le recordaría todo aquello, que lo sumergía en penas de hierro herméticas, que a su vez formarían un coágulo afilado en su memoria que a la mínima agitación lo desgarraría por dentro como ya había empezado a ocurrirle esta vez. Pero ni encontraría alimentos suficientes para llenar ese pozo negro que se había tornado venenoso, ni podía ahora encontrar nada que le permitiera olvidar y que él estuviera dispuesto a aceptar. No, esa sombra sería su capa y su sombrero, su ropa interior, mojada aunque seca, asándolo con su frío. La llevaría fielmente durante mucho tiempo, aguantando sus aguijones y limando sus asperezas con tiempo y cuidado, hasta que al fin, poco a poco, se vaya deshaciendo de una de esas oscuras prendas y cargas. Una tras otra, irán cayendo al suelo, hasta que un día caiga la última, haya purgado su aflicción y sea de nuevo, por fin, libre. Para entonces, quizá las cosas hayan cambiado, y pueda volver a intentar algo, con la esperanza de, esta vez, conseguir mejor resultado. Pero aunque esto le parezca deseable, incluso si no pasa, al menos ya estará en paz, por ahora se conformará con consolidar aquello que tenga y pueda conservar. Pero aún es pronto, todavía está roto, aún deberá esperar.
Sí, ya comienza a dormirse. Necesitará la paz del sueño, pues a partir de mañana, le tocará llevar a cabo grandes cambios…
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