Hoy tampoco tuvo noticias suyas, lo que, como era costumbre, le dejó una vaga sensación de desagrado y tristeza. Sabía que era lógico que pasara, dadas las circunstancias, pero eso no le quitaba echarla de menos. Y se vio en la necesidad de recordar.
No sabía a ciencia cierta cuándo empezó a convertirse en algo especial, habían estado juntos mucho tiempo, la mitad de sus vidas. Sin embargo, sí sabía de un momento que hizo que aquello cobrara vida definitivamente…
“Pronto iba a salir ante la gente, aunque no estaba nervioso, el tiempo se le hacía largo, así que decidió ir pasando el rato jugando a las cartas con unos amigos. No mucho después apareció, tomando asiento justo detrás suyo. A veces él la miraba, como intentando hablar sin que le vinieran las palabras. Estaba más crecida de lo que la recordaba, tenía el pelo de color más rubio que castaño, peinado en rizos, la tez morena, lo que cuando sonreía le hacía mucho contraste con los dientes, blancos como sacados de anuncio de dentífrico; capaz, como pudo comprobar entonces, de hacer notar su presencia donde fuese. Él empezó a dividir su atención entre la partida y el intentar vencer esa sensación como de acobardamiento, mientras ella conversaba con unos amigos.
Al rato la saludó, si bien se quedó estupefacto al darse cuenta de que lo hizo en un hilillo de voz y no consiguió decir nada más. Pero casi aún más desconcertante fue que, al cabo de un rato, ella prosiguió la conversación. Por alguna razón se sentía nervioso, y ver que los amigos con que ella había estado hablando antes cuchicheaban y se reían por lo bajo durante la conversación no le ayudaba mucho. Progresivamente dejó de atender las cartas, por lo que ella se hizo con toda su atención. Contestaba las preguntas que ella le hizo sobre su vida social y estudiantil, y él mismo le preguntaba a ella sobre la suya. Entonces fue cuando ella le lanzó aquella pregunta que cambió tanto todo aquello:
“Bueno, ¿y tú qué? ¿Tienes… novia?”
Se sintió como si algo en él se hubiera averiado y ya no funcionase correctamente. No tenía claro cuánto tiempo le había costado formular una respuesta, pero al final le empezó a hablar de su reciente historia con “ella”. No debió hacerlo muy bien, pues lo que ella contestó fue: “Pero que cerda, ¿no?” Sus siguientes intentos de explicarse mejor le dieron la impresión de que había vuelto a hacerlo mal. Mientras tanto, él empezaba a notar algo en su interior, algo de lo que hasta entonces no había estado seguro, aunque ya hubiese tenido la sensación de que así era. A medida que la conversación transcurría, empezó a entender por qué se ponía nervioso sin ningún motivo ante ella, esos ratos que se quedaba clavado mirándola por alguna razón que no se decía, aquel deseo más o menos consciente de estar con ella… no había duda. No podía ser, sino que se había enamorado de aquella chica. ¿Y ella? ¿Sentiría lo mismo? No estaba seguro, pero aquella conversación, aquellos momentos que él reparaba en que esta vez era ella la que no le quitaba ojo de encima, o incluso cuando, describiendo a “ella”, dijera casi hasta preocupada cosas como: “Claro, yo soy mucho más morena”… Parecía que ella también. Sí, tenía motivos para creer que así era.
Así fue como renacieron en él los sentimientos que tantas penas habían costado apaciguar la otra vez, con “ella”. De todos modos, primero quería preguntarle si tenía ella novio o no, quizá más para que se hiciera a la idea de que él estaba interesado en ella que por otro motivo. Sin embargo, y como ya se había dicho, algo ya no funcionaba bien en él, una parte suya se había sobrecargado, y parecía incapaz de hacerle aquella pregunta.
Fue entonces cuando dieron la señal de que debían salir. No podía mantener esta pantomima más tiempo, tenía que asegurarse, quizá así pudieran intentar quedar luego, o algo así. Pero aún habiéndose decidido se jugó una mala, ya que al intentar hablar con ella lo único que consiguió decir fue:
“¿Y tú… encontraste a alguien?”
La única respuesta que ella dio fue poner una sonrisa forzada, hacer un sonido extraño e irse hacia la gente ante la cuál tenían que salir.”
Durante los próximos días le asaltaron las dudas, y se asentó en su interior una sorda inquietud. ¿Qué debía creer? ¿Seguía ella interesada en él? ¿Podía haberlo estropeado todo? ¿Cómo será la próxima vez que se vean? A razón de si creía haber echado a perder aquello, o de si por el contrario veía fácil superar el escollo que se había puesto, sentía como si el aire se tornaba opresivo y enrarecido o puro y liberador. Poco después volvía a experimentar aquellos períodos de ensoñación, ahora siempre con ella, a veces perturbadoras hasta el delirio, otras simplemente deliciosas. Su interior bullía como si estuviera hirviendo, y le hacía ansiar el placer de volver a verla. Cuando pensaba en el reencuentro, se sentía, una vez más dependiendo de sus impresiones del momento, rejuvenecer o envenenar.
Tantas y tan contradictorias emociones le empezaron a pasar factura. Tenía la impresión de que iba a perder la cabeza si seguía así, a pesar de lo cuál no contó nada de aquello a nadie hasta unas pocas semanas después, y no fue sino para pedir una opinión sobre si, tras haber dicho aquel fracaso, no había remedio razonable, o si (como él pensaba entonces), no era para tanto y podría reconducirse bien.
La respuesta resultó dolorosa, pero también alentadora. Se quedó con la impresión de que durante toda la charla con ella, había hecho el idiota, y que con aquel: “Y tú… ¿encontraste a alguien?” había complicado la situación hasta lo absurdo; pero también se quedó con el alivio de que era muy probable que ella siguiera, en el fondo, queriéndole, y que pronto podría enmendar el entuerto.
De todos modos, aún le quedaba más de un mes para volver a verla, así que hasta entonces tendría que ser paciente, y evitar que el fuego que crecía en su interior lo consumiese innecesariamente, para tratar de llegar al esperado reencuentro con la cabeza en orden y capaz de volver a intentarlo. No era algo tan fácil como parecía, seguía dándole vueltas a todo aquella charla ente él y ella, a menudo se sorprendía cavilando sobre cuando se volvieran a ver o acusándose (otra vez) por lo estúpido que fue entonces. De todos modos, el mes pasó entre períodos de normalidad y aquellas casuales recaídas, hasta que llegó el día en que ambos volverían a verse. Pero si algo aprendió entonces, es que las cosas nunca son tan sencillas como podía esperarse. Todo le parecía indicar que ella, hasta cierto punto, no había cambiado de parecer respecto a él. De todos modos, no se le escapaba que, por alguna razón tan antigua como incomprensible, ésta vez tendría que ser él el que diese los primeros pasos. Más aún, percibía que lo tendría más difícil de lo que se había imaginado. Ella nunca iba sola, lo que suponía un verdadero problema para intentar cualquier cosa. Sin embargo, complicaba aún más las cosas algo que no vio venir. Por alguna curiosa razón, sus encuentros cada vez eran más cortos y fortuitos, podía pasar incluso un mes sin que la viera una sola vez. Así, el intentaba continuamente ponerse en contacto con ella, a menudo sin ningún resultado. Mientras buscaba una oportunidad lo bastante buena como para intentar algo con ella, tenía que seguir tratando de refrenar sus emociones y contener la fantasía, más por su propio bien que por otra cosa. Aunque en gran medida tuvo éxito, aquella mezcla de furor y dolor siguió dejándole secuelas. Ya no se limitaba a ver el pasado y el presente de aquella historia, sino que se imaginaba cómo sería su relación con ella en el futuro. A medida que creía descubrir más cosas sobre ella, estos pensamientos aumentaban en frecuencia, a veces volviéndose una reflexión de las más recurrentes en él. Aunque invariablemente empezaba esa historia con ellos dos juntos, según su estado de ánimo ésta se venía a pique (idea alimentada por una cierta impresión de que “eran de mundos diferentes”) o conseguían mantenerla a flote por métodos que él no conseguía pensar con claridad.
Por otro lado, empezaba a guardar un rencor sordo y completamente irracional hacia cosas que no tenían nada que ver con sus “problemas” con ella. Desde las circunstancias en que la veía hasta la hermana que la acompañaba, todos “empezaban a ser culpables”, si bien este enfado iba con mucho más dirigido a él mismo por “haber desaprovechado otra oportunidad” que a cualquier otra persona o cosa.
Una cosa más le pasó a lo largo de aquel año, algo que jamás se le hubiera ocurrido que le pasaría. A pesar de seguir queriendo a ella tanto o más que durante las vacaciones, no pudo evitar sentirse atraído por otra persona. Sí, también empezó a sentirse atraído por otra, por razones que aunque creía poder explicar, no terminaba de comprender. Se empezaba a sentir como si se hubiera quedado enganchado en una telaraña de encanto y alucinación tejida sólo para él. Sin embargo, y como él siempre me recuerda, esa es una historia en sí misma, que por tanto no relataré aquí. Basta decir, que a pesar de todo él siguió queriendo a la misma ella que en las vacaciones, más que a cualquier otra, y esperaba los raros momentos en que podían hablar, aun cuando no eran ni la mitad de largos y provechosos de lo que hubiera encontrado aceptable. Al fin y al cabo, aún sintiéndose enamorado de varias, a ella la querría más, y mientras hubiese una forma de “recuperarla”, lo intentaría.”
Hoy tampoco recibió noticias suyas. Durante algo más de un año había alimentado en mente y sueños un amor que se resistía a florecer. Seguramente él tenía buena parte de la culpa, pero hasta ahora había conseguido convivir con las emociones, las oníricas visiones y todas aquellas otras cosas que surgieron durante el año. En su interior sabía que tenía que hablar con ella, a solas, sin impedimentos, y tal vez entonces llegue todo aquello a algún sitio. Sin embargo, hasta entonces, también sabía que tendría que tener paciencia. Paciencia. Paciencia, y entereza, mucha entereza, pues los siguientes encuentros que mantuviesen podrían decidir mucho. Podrían asentar el principio de algo que no tenía palabras para describir, y con lo que en el fondo llevaba tiempo soñando. Incluso si sucedía lo peor y aquello no funcionaba, todavía le quedaría el recuerdo. El recuerdo de todas las cosas que han vivido juntos, el recuerdo de aquellas veces que ella se le quedaba mirando cuando creía que él no se daba cuenta y viceversa, el recuerdo de aquellas sonrisas y de aquellos momentos que hicieron que se encendiera todo su ser.
Mucho quedaba por ver en el futuro, hasta entonces, él la esperaría, como en vacaciones. Como desde que la quiso.
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