Anteayer me encontré, leyendo una noticia en un periódico sobre la lectura en España con un dato muy curioso: según una encuesta, el 90,6% de los españoles se consideran lectores. Esto me pareció realmente extraño, porque tengo sabido que en España se lee poco, algo, por cierto, realmente decepcionante. Entonces me fijé más atentamente en la encuesta, y descubrí que lo que consideraban "lector", era básicamente "aquel que lea por orden de un libro (cualquiera) por trimestre", esto es, cuatro libros por año, y que pueden ser de cualquier cosa, como por ejemplo, cocina.
Aunque el periódico (el "Qué!", para ser más exactos), siempre me pareció de una capacidad de información casi nula (si no te interesan los deportes y cotilleos, por lo menos), estos datos me llevaron a una reflexión:
¿Es eso un lector? ¿Tan poco leemos que eso es lo que consideramos una persona con pasión por los libros? ¿Realmente hemos caído así de bajo?
España está asistiendo a la vez a un proceso de muerte social y de muerte cultural. Muy pocos españoles tienen afición por la lectura a día de hoy. Lectura de libros, de periódicos, de lo que sea, tiene muy bajo seguimiento. ¿Tendrá algo que ver esta incultura con el retroceso de nuestra sociedad?
En realidad, en la Historia los libros rara vez tuvieron verdadero prestigio, habían sido cosa de ricos, herejes y mentes excéntricas, y por tanto ni tenían un buen apoyo social, ni podían llevar su mensaje a mucha gente, al menos, cuando no interesaba. Sin embargo, y desde la Ilustración, la gente entendida se fue dando cuenta de que la lectura es uno de los ejercicios mentales más valiosos, para ellos era fundamental leer, pues fomenta el uso de la razón, la comprensión, y además es una vía de aprendizaje (tanto entonces como ahora) formidable; por eso sus libros siempre pretendían tener un fin de educar, de instruir, pues tenían claro que los libros eran claves en el desarrollo.
En realidad, los Ilustrados, como dice el refrán, habían descubierto el Mediterráneo. Los entendidos ya sabían estas virtudes de la lectura, y de hecho, también empezaba a surgir la literatura como una fuente de críticas hacia el mundo, como revulsivo, como fuerza capaz de cambiar el mundo (así por ejemplo las críticas morales que se hacen en el Quijote, en el Lazarillo de Tormes...). Sin embargo, la Ilustración introdujo una verdadera revolución al entender que estas ventajas debían introducirse (aunque de forma controlada, para que no se les fuera de las manos) entre el pueblo, incapaz de leer o escribir, y por tanto fácil de manipular.
Aunque la Ilustración no llegó a dar nunca una gran formación al pueblo, al ir más encaminada a las élites, la idea de la necesidad de educar al pueblo cundió con el tiempo entre las poblaciones. Ya en los inicios del movimiento obrero, una de las primeras acciones de sus miembros era las más de las veces la creación de escuelas gratuitas a las que asistieran los obreros y así aprender y formarse. La 1ª Internacional, por ejemplo, tenía una enorme biblioteca con todo tipo de volúmenes, muchos de los cuáles no eran políticos ni económicos. Curiosamente, junto con esta búsqueda del desarrollo cultural del pueblo vino no sólo la petición de mejores condiciones de vida (algo que se hubiera producido igualmente), sino también la exigencia por parte de gente entendida de que se respetaran de verdad sus derechos. Aunque también es cierto que mayoritariamente la incultura siguió siendo un hecho predominante entre las clases bajas (especialmente rurales), y el éxito de estos intentos de difusión de la cultura fue relativamente escaso, ayudó a que figuras claramente instruidas llevaran la lucha social a condiciones favorables a la gente normal. Condiciones que ahora vemos impasibles cómo parecen estar preparándose varios para dinamitar.
¿Y qué nos pasa?
El libro en España está considerado un artículo de lujo. Es lógico ponerlos por detrás de la comida y otros bienes de primera necesidad, pero el problema es que actualmente parece que un coche, un iPhone y otros elementos similares se hayan convertido en artículos de primera necesidad, se venden de forma me atrevería a decir más masiva que los libros. ¿Ayuda un coche a pensar? No. ¿Ayuda un iPhone a pensar? No necesariamente. Y sin embargo, hay gente con dos coches, móvil, iPhone, iPod, y otros trastos que por definición son de segundo (o a veces tercer) orden, y con no más de media docena de libros. Aunque en otros Países del Primer Mundo también esté pasando algo similar, es aún más grave en España, donde los libros han parecido perder toda importancia desde la Transición.
Un cerebro al que no se le obliga a pensar tiende a dejar de hacerlo. Un cerebro que no piensa es fácilmente moldeable. Alguien moldeado no trabaja para él mismo sino para otra persona a la que puede que no le importe en absoluto el bienestar de ésta si le trae algún beneficio. ¿Es eso lo que queremos? ¿Dejar de ser nosotros para ser los instrumentos de otros?
Este fenómeno no se está dando únicamente en los libros, está afectando al mundo de la cultura en su totalidad. El teatro, que en su representación presenta una capacidad de desarrollar crítica parecida, y aunque dé menor lugar a la imaginación si tiende a conmover más, ha pasado de ser un género de masas a un género casi minoritario y en general para gente de la tercera edad o cercana a ésta. Madrid es famosa por su amplia oferta cultural, con muchos museos con entrada gratuita a determinados horarios, exposiciones, visitas culturales y otras actividades enriquecedoras a precios asequibles, sin embargo, al final los extranjeros son los que aprovechan casi exclusivamente esas oportunidades. ¿Por qué este rechazo?
Sería comprensible, a día de hoy, que estas ofertas no se aceptaran por pobreza, sin embargo, el dinero está ahí. Una entrada a un Barça-Madrid puede costar fácilmente 500 euros (¿ha visto aún así alguien un Barça-Madrid con muchas plazas libres?), una entrada a una ópera del Teatro Real difícilmente llega a los 250 (y son datos fiables), esto es, en la mayoría de casos si no en todos, por una entrada a un Barça-Madrid obtienes dos al Teatro Real en palcos caros (y seguramente buenos), si buscas asientos más baratos puedes conseguir cuatro o cinco con facilidad. El tópico de que la cultura es cara difícilmente podía estar más descarriado que en la última década. El seguimiento del fútbol por parte del pueblo español en comparación con el seguimiento de las noticias y la cultura es realmente antinatural. El periódico más leído en España es el Marca, y aún así tiene un número relativamente bajo de lectores.
El fútbol no es ni el único ni el verdadero culpable de la agonía cultural de los habitantes de España, ser inteligente no está reñido con el fútbol. Sin embargo, están surgiendo por todas partes fenómenos tristemente calificables como "de masas" que en la inmensa mayoría de casos sí lo está. Es el fenómeno del seguimiento de telebasura.
La televisión es probablemente uno de los inventos peor utilizados por el ser humano. Lo que se suponía sería un medio informativo sin precedentes desde la radio ahora apenas puede conservar fragmentos de la función para la que fue concebida frente a un tropel de telebasura tal que ya casi se ha hecho con canales enteros (como Telecinco). Estas ofertas de telebasura en general responden a términos similares a "programa de corazón". Muchos consisten en gente que asegura haber hurgado en la vida privada de otras personas famosas, con frecuencia inventándose buena parte de la información. Otros juntan a un grupo de gente que habla constantemente sobre temas que no tienen ningún interés. Pero hay otro tipo de programas de esta índole aún más horribles. Traen a gente que aparentemente nadie conocía de nada a escenarios en los que sacan a relucir sus trapos sucios, sus intimidades más reprochables, y en definitiva, lo podridos que están por dentro. Estos personajes que no son nada y que salen por la televisión por asegurar que han tenido relaciones con tal o cuál persona, por cualquier presunto dilema familiar, o por cualquier tontería similar, acaban haciéndose un hueco entre todos los nombres que la gente recuerda, hasta que se confunden con unos famosos más, o quizá más que eso, pues la gente los sigue día a día, con una ceguera absurda. A esta categoría pertenecen joyas macabras de la estupidez humana como "¡Sálvame!", donde alternan este sistema con el de la gente que habla de cualquier cosa que en realidad tiene un interés nulo.
Engancharse a estos programas desemboca con frecuencia en un proceso de conversión a un estado de "zombi mental", pues no piensan en absoluto, por lo menos durante todo el tiempo que duran estos programas, que puede ser de muchas horas. No hace falta decir que estos programas no aportan nada a cambio, o por lo menos, nada que nos ayude a pensar como verdaderas personas. Resulta trágico pensar que es allí donde muchas personas están vertiendo la herencia de tantas luchas por condiciones de vida dignas, tanto esfuerzo, tanto sufrimiento. Uno de los grandes logros de las protestas obreras fue conseguir para el trabajador un tiempo que dedicar a sí mismo, es lamentable hacerse a la idea de que se malgasta en escuchar las aberraciones que unas cuantas personas sin escrúpulos ni dignidad chillan en unos programas de televisión.
Un cerebro al que no se le obliga a pensar tiende a dejar de hacerlo. Un cerebro que no piensa es fácilmente moldeable. Alguien moldeado no trabaja para él mismo sino para otra persona a la que puede que no le importe en absoluto el bienestar de ésta si le trae algún beneficio. ¿Es eso lo que queremos? ¿Dejar de ser nosotros para ser los instrumentos de otros?
Ahora, con este proceso de desaparición de la cultura entre el español medio, viene otro proceso, de empobrecimiento de sus condiciones de vida. Es sin duda una gran casualidad que esta vez no haya ningún gran cerebro que exponga teorías contra la situación actual, al contrario que en todas las épocas anteriores desde la Ilustración (Jovellanos, la figura literaria de Fígaro, Keynes, etc.), sólo tenemos figuras controvertidas a las que se procesa una simpatía romántica, pero que están cayendo ante el acoso de estructuras de poder. Éstas, al menos en España, parecen haber retrocedido en el tiempo desde la Transición, se empieza a hablar de la Segunda Restauración española. ¿Dónde están los grandes pensadores esta vez? El 15-M está de capa caída, y no parece que se vaya a formar ningún movimiento que lo apoye, ni le tome el relevo si finalmente se disuelve. ¿Qué pasa con la gente? En otros países europeos la crisis actual no está repercutiendo sobre las condiciones de trabajo (y sobre las de vida no mucho) debido al inconformismo de su gente. ¿Aquí, qué pasa?
Mientras aquí en España se difunda hasta tal punto y en tantos ámbitos diferentes la cultura, la gran mayoría de las personas no pensarán bien lo que votan o dejan de votar, lo que les dicen o les dejan de decir, lo que ocurre en sus propias narices en el país (no hablemos ya de fuera), se convertirán en el apoyo a una vuelta a la etapa inmediatamente posterior a la Revolución Industrial, en una humanidad sin razón, futuro, voluntad ni esperanza, poco más que zombis en vida, si es que a eso lo podemos llamar vida. En definitiva, debemos alterar el rumbo de estos acontecimientos, retomar el gusto por el arte, el teatro, y sobretodo los libros, que les conceden solidez a nuestros cerebros para entender y fantasía e imaginación para ver el mundo diferente. Unidos podemos volver a comprender, todos en vez de algunos, el placer de la lectura, y será también la cultura, seguramente, la que nos permita avanzar firmes hacia un futuro más prometedor para todos.
Mantengamos con libros nuestros cerebros fuertes y abiertos, es quizá el mejor arma de la que disponemos contra el "The Walking Spain" que a lo largo de este ensayo he intentado mostrar en su proceso de desarrollo, y que se nos está intentando imponer, quién sabe si hasta desde nuestra anticuada estructura de poder. Hagámoslo, por nuestro futuro.