Saber actuar es convertir la vida de otras personas en la tuya. Dejar que sus emociones, pensamientos, decisiones y circunstancias penetren en ti como un vendaval cortante. Convertirte en otra persona completamente distinta. Saber actuar es querer a todos tus compañeros de escenario, aunque sean las personas más detestables que te podrías esperar, a veces hasta amarlas. Y a veces también significa hacer cosas que jamás pensaste que podrías llegar a hacer con un ser querido. Saber actuar es desenmarañar la red de acciones y reacciones en que se basa el trato humano, comprender por qué, cómo, qué, y entre quiénes. Saber actuar es desprenderte de las cadenas de la vergüenza, saber el valor que el más mínimo movimiento de cualquier parte de tu cuerpo puede tener, y dárselo. Saber actuar es arrancar los moldes de tu mente, hacerla líquida, que se adapte a la vida que le tocará esta vez representar...
¿Es tan distinta la vida de un escenario? ¿No somos tú y yo, al igual que todos los demás, actores que no han entendido la obra e improvisan sobre la obra? ¿No estamos ahora sobre un escenario enorme, con su propio atrezzo, con el que elegimos o no interactuar? ¿No es cada una de nuestras relaciones una relación establecida entre dos actores, improvisada y desarrollada?
¿Saber actuar no es, entonces, saber vivir?
¿Crímenes? ¿Por qué crímenes?
¿No habéis reparado en lo poco que se espera que hagamos en el mundo actual? Es como si la gente aspirara a decírtelo todo en todas las situaciones, qué debes hacer, qué debes sentir, qué debes pensar... en definitiva, a destruir tus propias decisiones, emociones y pensamientos. Cualquier acto de protección de éstos, por inofensiva que sea, parece un crimen imperdonable, y así es como yo, tú, y otros seres curiosos y despiertos, nos volvemos delincuentes.
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