Varios meses después volvió a verla. Fue un encuentro casi apersonal, superficial, poco tiempo, y menos palabras, más parecido a una coincidencia en la calle que a un verdadero reencuentro, sin embargo, él se sintió completamente tranquilizado, y aliviado. Era como él la recordaba, el negro y abundante pelo cayéndole por los hombros, poco llamativa físicamente, pero con esa sonrisa cálida y casi misteriosa que le apartó definitivamente de la soledad que hasta entonces fue la norma en él. Una conversación banal, corta, sin sentimientos más allá de la emoción del reencuentro. Sin más sentimientos, esa era la clave del agrado que le produjo aquella charla. Para comprender mejor esta situación, sería mejor empezar desde el principio.
Empezó a quererla hace dos años, quizá más. Al principio fue algo inconsciente, lo confundía con problemas de estómago, pero con el tiempo tantos retortijones como de hambre le hicieron pensar que sería algo más allá. Efectivamente, empezaba a tener ganas de ella, a quererla, a sentirse cautivado por ella.
Y así comenzaron sus intentos de estar cerca suya, de frecuentar los mismos sitios, de busca, en definitiva, su compañía. Las primeras veces llegó a tener la sensación de que aquel anhelo sería rápidamente alcanzado. De forma tímida y a intervalos tenían conversaciones, de contenido poco trascendental, pero que le afirmaban en sus intenciones. Sin embargo, este sutil inicio no tardó en complicarse. Se sentía perdido entre aquella gente con la que ella se reunía, y que siempre tenía algo que decir. Se quedaba congelado a menudo, callado porque la gente lo amedrentaba, y sus silencios iban impregnados de ridiculez, de indecisión, de cobardía. Le hacían daño.
Empezó a enfadarse consigo mismo entonces, pues veía absurda su conducta, y empezó a pensar en el pasado. El pasado. Una irónica jugada del destino le había puesto como estrella a una de las personas con las que peor recordó comportarse antes, la primera persona que se aventuró a conocerle, y que, al menos en la opinión del joven enamorado, sólo encontró a un crío, a veces siniestro, más a menudo simplemente pueril. De este modo planeó modos de decirle que había cambiado, pero, ¿cómo podía estar seguro de que ella se acordaba de aquello? ¿Cómo iba a hacerlo sin generar una situación tan incómoda como insoportable? No se atrevía a evidenciar aquel enfrentamiento, que probablemente sólo abriría viejas heridas o las haría más grandes, pero sus esfuerzos se tornaron indecisos y excesivamente cautelosos, y mientras no veía verdaderos adelantos con el trato cuidadoso que intentaba llevar a cabo en todo momento, los ocasionales traspiés que daba le parecían inmensos. Empezaba una parte de esta historia en la que nuestro hombre sufriría mucho sin apenas derramar lágrimas.
Pronto la deseó con más fuerza. No siempre ocurría, lo normal seguía siendo que llevara su vida como de costumbre, pero cada vez que volvía a sentir aquel enamoramiento la sensación se iba haciendo cada vez más intensa, como si en su interior se formase un caldo, cada vez más abundante y de mejor aspecto, a veces tan espeso y oscuro que él se perdía en su profundidad y se le nublaban la mente y los sentidos; en todo caso, siempre conservaba un aroma a inocencia impensable para una obsesión tan densa.
Comenzó a descuidar la sutileza de sus acercamientos. En su aturdimiento, no se dió cuenta de lo que estaba haciendo hasta que, en uno de aquellos encuentros, le habló a ella una de sus amigas. No se enteró de lo que dijo, pero el modo en que le miró le resultó de lo más inquietante, como si hubiera despertado desnudo en un escenario inmenso del que no pudiera escapar. Además, oyó a "su chica" decir cuatro palabras: "Pues a mí no". Durante mucho tiempo dudó acerca de lo que dicha frase podía significar: ¿Quería decir eso que ella no le querría y que estaba malgastando tiempo y vida en ello? ¿Hablaban ellas dos de otra cosa? ¿Debía seguir intentándolo?
Pasó el tiempo y él empeoraba. Tenía frecuentes accesos de depresión, en los que escribía tumbas para la humanidad, el mundo y los sentimientos, tumbas que borraba y volvía a borrar frenéticamente con la esperanza de mejorar su ánimo y sus posibilidades. También empezó a sospechar de la gente cercana a ella, en cada hombre pasaba a ver un competidor, en cada palabra que decían un ataque a sus propósitos, en cada minuto de atención que ella les prestaba una amenaza ante la que él no conseguía reaccionar.
Empezó a desesperarse. Pronto habló de ellas a otras personas de confianza, buscando alguna posible ayuda. Fue a la tercera vez que habló del tema, con una amiga cercana a ella, cuando recibió información que de pronto sellaría esta parte de la historia y cambiaría su rumbo de forma determinante.
Cuando lo supo se sintió de pronto como si le hubieran liberado de una carga pesada, se pudo explicar definitivamente todos los rechazos sentidos hasta entonces, ya no había duda alguna.
Sin embargo, pronto pasaría a sentirse sulpable y desolado. Quiso averiguar quién era el otro, en un intento de encontrar algo que le justificase que ella ya hubiera elegido. ¡¿Quién le gusta?! Se maldecía por su pusilanimidad, y se decía que debía seguir intentándolo.
Pero él no lo hizo. ¿Para qué iba a intentar quedarse con ella contra de su voluntad? ¡Él la quería!, y por eso, entre lágrimas de rabia, devastación y dudas, se insistía en no seguir con esto, si ella era feliz así, y aspiraba a serlo más con quienquiera que fuese el otro, no iba romper su felicidad por ideas que caían en el egoísmo.
A pesar de todo, no conseguía librarse del dolor que le corroía por dentro. La noticia, por mucho que le explicase, resquebrajaba su maltrecho ánimo y le arrastraba lentamente hacia la depresión total. Durante todo el día la sombra de aquellas nuevas le acosaban sin apenas tregua, y esa noche pesadillas en que su propio hermano se revelaba como "el otro" lo asediaban con igual constancia. Poco a poco, lo fue superando, pero no podía evitar pensar que la podía perder totalmente por el recuerdo de su pasado.Y así fue como intentó cerrar la herida a través de la búsqueda del persón, aunque ni aún entonces sabía si ella se acordaba de todo aquello. Tenía demasiado por perder si no lo intentaba, y muy poco intentándolo.
Poco después consiguió encontrarse con ella cuando sólo la acompañaba que ya le delató (en su opinión) antes, y a la que también debía disculpas. Pero entonces, volvió a quedarse en blanco, y perdió toda la compostura. Aunque, tras oir su caótica e incoherente intervención, le disculpó, él sabía que ella no había entendido nada, y volvió a sucumbir al dolor y a la frustación de no poder decirle lo que sentía ni pensaba. Entonces hizo algo hasta entonces impensable para él. Plasmó todo aquello que había querido decirles a las dos en un papel, que luego dejó en la mesa de la que había sido hasta entonces su más doloroso gozo y su más dulce tormento, para que dispusiera del papel cuando volviese. Nunca antes había hecho algo que pudiese considerar tan vergonzoso pero tan sentido. Jamás supo cómo reaccionó ella al descubrir y leer el papel, si es que llegó a hacerlo, pero así, él había quedado en paz con el pasado, y quizá algún día se encontrasen como amigos.
Durante varios meses ese fue el fin de la historia. Hasta que se reencontraron. La conversación que entablaron careció de sentimientos más allá de la emoción de reencontrarse, y eso le hizo ver que no había rencor de ningún tipo, que la amistad entre los dos era posible, y que había conseguido, al menos por el momento, apagar la brasa que lo incendiaba. Un final, como diría después, sin pena ni gloria.
P.D.: Actualmente, él se sigue preguntando por qué le da tanta importancia, por qué cree que aquel primer amor "en serio" lo ha cambiado, por qué piensa que ha merecido la pena. Entonces, recuerda los pocos pero memorables momentos en los que él y ella conectaron, y se contempla ahora que su nueva vida está comenzando.